Primero fue la hamburguesa. Y hace unos meses le tocó a la albóndiga. Son los dos experimentos, conocidos hasta la fecha, de elaboración de carne sintética o llamada también in vitro . Ensayos de laboratorio que han costado una fortuna. El dinero invertido para elaborar la primera hamburguesa sintética –experimento realizado hace un par de años– pasa de los 250.000 euros por cada ciento cuarenta gramos de carne. La albóndiga cultivada in vitro y presentada hace unas semanas, ha salido más económica. Se habla de unos mil euros por unidad. Cifra, esta última, que sigue siendo desorbitada y hace inviable en estos momentos la comercialización de esa carne biofabricada, para cuya elaboración basta con obtener una célula muscular del animal. Se ha encontrado la fórmula para obtener a partir de esa única célula madre (en estos casos se han usado las precursoras del músculo) pequeñas tiras de tejido muscular de un centímetro de largo. Para obtener la hamburguesa artificial de tamaño normal hicieron falta alrededor de viente mil de esas tiras.
La técnica está, pues, inventada. Pero para que esa carne artificial llegue al mercado hay que superar todavía muchos obstáculos. La primera es abaratar el coste de producción. “Esa carne, de entrada, sólo tendría garantías de éxito entre el consumidor si fuese más barata que la elaborada con los sistemas tradicionales. No hay que olvidar que en estos momentos los consumidores valoran como nunca factores como el medioambiental (es el caso de la carne ecológica) o el sabor del producto”, afirma Joan Estany, catedrático de la Universitat de Lleida (UdL) y experto en ciencia y salud animal. Y la carne sintética, visto el resultado de estos dos experimentos, no ha convencido precisamente por su sabor. Algunas de las personas que probaron en su momento la hamburguesa elaborada por el científico holandés Mark Post, de la Universidad de Maastricht, manifestaron que el gusto era extraño, le faltaba jugo y el color no resultaba, precisamente, apetitoso.
Respecto a la vertiente ecológica, Estany pone en duda, con lo conocido sobre la técnica hasta ahora, que esta pudiera ser –se refiere al momento que se iniciara una producción a nivel industrial– todo lo respetuosa con el medio ambiente de lo que cabría esperar para un experimento tan futurista. “El proceso para multiplicar el tejido pasa por muchas etapas, hay que enriquecerlo y darle energía, así como usar productos químicos para corregir la elaboración hasta conseguir el producto final”, afirma este catedrático de la UdL. Así que la pregunta que se hacen muchos expertos en alimentación o salud animal es si toda esa industria no podría acabar siendo aún más contaminante que los actuales procesos de producción. Sobre todo en lo que afecta a la carne de vacuno.
El hecho de haberla elegido para estos experimentos, añade Joan Estany, “no es casual”. Diversos estudios coinciden en afirmar que el ganado, en especial el vacuno, contribuye al cambio climático por la emisión de metano generada por la pesada digestión de los pastos. Este extremo justificaría, en opinión de este experto, que los experimentos se hagan con carne de vacuno, pero falta por ver, insiste, si el remedio no sería peor que la enfermedad.
De lo que no hay ninguna duda, y este es un punto que juega a favor de los defensores de la carne artificial, es que esta producción in vitro acabaría con los sacrificios de animales. Bastarían unas cuantas granjas de animales donantes para obtener las células necesarias en los laboratorios. Sin mataderos.
Otro aspecto que para muchos justificaría el dinero invertido en esta investigación –aún embrionaria, pero que empieza a debatirse cada vez con mayor intensidad en los congresos sobre alimentación animal, revela Estany– queda evidente en una de las últimas previsiones de las Naciones Unidas. Auguran que de aquí al año 2050 la demanda de carne se duplicará en el mundo, lo que coincidirá con una alarmante escasez de ganado y pastos. La carne artificial se apunta como la única salida para que ese producto sea accesible en todo el planeta.
La clave del éxito, si la producción de carne sintética alcanza niveles industriales, estará en concienciar a la población sobre la necesidad de su consumo. Lo afirma Joan Estany y coinciden con esta tesis otros expertos en alimentación. Esa carne biofabricada tendría que ser vendida como más sana (el control de la grasa que contenga, por ejemplo, podría beneficiar al colesterol) y también como un producto obtenido sin necesidad de sacrificar en los mataderos a los animales.
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